¡TIENES MI PALABRA! EL BINOMIO COMPROMISO/CREDIBILIDAD | LORENZO RAMÍREZ | ASESOR RRHH | ALUMNI PADE
El término
”Compromiso” proviene del latín “compromissum”,
formado por la preposición “cum” (completa, entera),
y el sustantivo “promissum” (promesa), de modo
que viene a significar algo así como “promesa
total”.
La RAE define “compromiso” como “obligación contraída” o “palabra dada”,
y se utiliza para describir
la capacidad de cumplimiento de una responsabilidad, de un deber que se ha adquirido a iniciativa propia o a
propuesta de otro, así como la conciencia de la relevancia que ello implica.
No hablamos
de deseos (“Me gustaría…”, “Sería estupendo
si …”, “Me encantaría…”), sino de asunciones de responsabilidad, de garantías, de promesas;
y, no sólo de contratos, de promesas formales, de “Te juro
que…”, “Te prometo…”, “Te aseguro…” o “Te doy mi palabra…”, sino de
cualquier manifestación que se le haga a un tercero
que implique la asunción de hacer o dejar de hacer, por informal que sea.
Un “En un rato te llamo”, o un “Te lo envío esta tarde”, también son compromisos.
Obviamente, comprometido no es quien tiene la capacidad de llegar a compromisos sino, esencial e inevitablemente, quien tiene la voluntad de cumplirlos. Es compromiso el de la empresa con
la sociedad, el del mando, el supervisor o el trabajador de línea con
el cliente, el compañero, el jefe o el subordinado, pero también el que se asume con la pareja,
o con el amigo, el de
los padres con sus hijos y viceversa… Ocurre como en el liderazgo, que el reconocimiento de su existencia no depende
de nosotros, sino que está en manos de los demás.
Pues bien, sólo a través de esta vía del cumplimiento de lo asumido, lograremos escalar en credibilidad -entendida como la disposición de quienes nos rodean para aceptar como válidas y verdaderas nuestras afirmaciones- incrementando, de este modo, su nivel de confianza y respeto hacia nosotros.
De hecho, la credibilidad sólo comienza a construirse cuando nuestros interlocutores empiezan a percibir la
coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos
y, evidentemente, esto no se consigue con una sola acción sino que se va sedimentando y afianzando con la
repetición de cumplimientos. Pero, además,
para consolidarse necesita generar la convicción de que “dichos y hechos” conectan con principios y valores claros
y entendibles.
Luego, no necesita abonos
especiales, ni cuidados
continuos; basta con que no la envenenemos con olvidos, falsedades, incoherencias, huidas ni escondites,
porque ocurre como con la amistad, que se suele alcanzar con la acumulación de experiencias positivas,
pero que es capaz de destruirse ante una solo negativa de mediana entidad.
Cuando compramos
una marca de cualquier producto
-alimenticio, por ejemplo- lo hacemos porque nos gusta el
sabor, confiamos en su salubridad, nos
agrada su presentación y estamos conforme con el precio,… Pero ¿qué ocurre si, en una ocasión, ese mismo
producto viene en malas condiciones? Sin duda, el riesgo de cambiar de marca se dispara.
Y si, como decimos,
sólo cumpliendo se puede crecer fácilmente en credibilidad,
reponerla cuando se ha perdido se hace francamente más difícil. Mark Twain,
afirmaba que “Nunca se recupera cuando
se pierde”.
La credibilidad es elemento
imprescindible para un sano liderazgo. Las personas creíbles
no suelen necesitar utilizar poder, amenaza, ni fuerza; su autoridad
radica en la confianza y el respeto que los demás le profesan.
Si no somos capaces
de lograr que nuestros hijos, familiares o amigos, nuestros compañeros o los miembros de
nuestro equipo, confíen en nosotros, podremos, quizás,
llegar a influirlos, a condicionarlos e incluso a “gobernarlos”, pero difícilmente a “liderarlos”.
Son éstos, compromiso y credibilidad, dos conceptos interdependientes en su destino:
así como difícilmente podremos ser creíbles
si no somos comprometidos, de poco o nada valdrán
nuestros compromisos si no logramos
ser creíbles.
En el ánimo de hacernos fuertes en ambos, quizás fuera adecuado seguir las siguientes sugerencias:
No comprometerse sin seguridad de cumplimiento
Por mucho que seamos conscientes de la conveniencia, la oportunidad o la justicia de una medida (el incremento salarial de un colaborador, la aportación de un dato, una información específica a un compañero, una tarde de cine y palomitas con los hijos, una cena o un viaje con la pareja…), lo más acertado es no prometerlo, de no ser necesario; es más, evitar tomar la iniciativa de sugerirlo como posibilidad hasta que lo tengamos enteramente en nuestras manos, hasta que su cumplimiento dependa exclusivamente de nosotros.
No se trata de eludir responsabilidades y compromisos por miedo o por el mero hecho de “escurrir el bulto”; se trata de evitar generar falsas expectativas sobre las que los demás planifiquen engañosamente sus próximos pasos, y de potenciar al máximo posible la confianza que despertamos en nuestros interlocutores. No es sólo lograr un “Si él lo dice es porque es cierto” sino incluso llegar a un “Es cierto porque él lo dice”. Es generar una sensación de tranquilidad, de certidumbre.
Ni siquiera expresar
voluntad de intentarlo
De tener dudas
sobre la viabilidad de la propuesta que nos hacen, debemos huir, igualmente, de expresar incluso
el mero compromiso de voluntad
(“Procuraré…” , “Haré
lo que esté en mi mano…”, “Intentaré
hacer todo lo posible para…”), porque luego podemos
caer en la tentación de intentar justificar nuestro fracaso en que la pareja, el jefe, el compañero, la organización…
(que son los que tenían “la última palabra” en la materia) han impedido
que saliera adelante,
convirtiéndonos en los “buenos” de una película
con final adverso y señalando
indebidamente a los “presuntos malos”.
Comprométamosnos con nosotros mismos en estos frentes, si es que creemos
en ellos y decidimos trabajar para
alcanzarlos, pero no lo hagamos con
los implicados hasta que los
consigamos o estemos a sólo un cómodo paso de hacerlo.
De ninguna
manera, deberíamos confundir
esta resistencia al “compromiso sin aval de cumplimiento”, con el impulso
moral y la inyección de ánimo dirigido a otros para impulsar un
proyecto, generar autoconfianza e infundir entusiasmo
(“Lo vamos a conseguir”, “Ya verás: seguro que aprobarás”, “Lo vas a bordar”…).
Tampoco es válida esta “prudencia a comprometerse” cuando trabajamos en nuestros propios objetivos, que son la base de nuestro “auto-compromiso” para crecer y, por ende de nuestra “auto-confianza”, porque es verdad que nuestras metas deben ser posibles, pero no necesariamente seguras y sí suficientemente desafiantes y retadoras.
No sembrar falsas esperanzas
Si no tenemos dudas y sabemos, desde el principio que la propuesta que nos hacen no es aceptable, porque no parece lógica, prudente, sensata, porque genera agravios, porque las normas a las que está sometida no lo permiten, porque no tenemos tiempo o por cualquier otra razón, si realmente no le vemos recorrido, no sembremos falsas expectativas para salir del atolladero con un “Vamos a intentarlo”, “Deja ver lo que podemos hacer”…. Defendamos el “No” y hagámoslo de la manera más asertiva posible.
Tal vez podríamos utilizar
un razonamiento como el que sigue:
“Puedo responderte de dos maneras diferentes:
la una, diciéndote que es muy difícil, pero que voy a hacer
todo lo posible por lograrlo; y luego, dentro
de unos días, informarte que, como ya te había anticipado, no pudo ser.
Es una posición
fácil de asumir y quedo bien. Eso sí, la primera vez me creerás
en mayor o menor medida,
las siguientes ya sabemos que, probablemente, no lo harás.
La otra es
decirte desde el primer momento que lo que me propones no resulta viable.
Sin duda, es más incómoda para mí, pero no creo que merezcas que te mienta por quedar bien yo; ¿no te parece?”.
De comprometernos, dejar margen
de tiempo, cantidad
o calidad
No es muy
prudente, asumir compromisos al límite de nuestras posibilidades, porque cualquier imponderable puede
malograr su entera consecución. Como comentábamos
anteriormente, no es ponérnoslo más fácil o dedicarle menor esfuerzo,
sino asegurar el resultado comprometido.
Mejor será
prometer menos y cumplir más, que no ofrecer más y lograr menos, porque lo uno será considerado todo un
éxito que deja buen sabor de boca, mientras que lo otro, y aunque sea parcial,
no dejará ser un incumplimiento.
Mejor sobre-cumplir que sobre-comprometer
Cumplir todos
los compromisos, por pequeños que sean
Como decíamos al
principio, no dar cumplimiento a los compromisos asumidos (aún los más nimios) es la mejor
manera de minar nuestra credibilidad y pasar a encuadrar las filas de los que “no son de
fiar”.
Pero…¿y si,
finalmente, nos percatamos de que no vamos a
poder cumplir algo a lo que nos habíamos
comprometido?.
Si fuese así, no
deberíamos perder ni un minuto en contactar a la persona con la que nos hemos comprometido
advirtiéndole de lo que previsiblemente va a
ocurrir.
Si vamos a retrasarnos a acudir una cita, aunque sólo sean 10 minutos, no dejemos de llamarlo o mandarle un mensaje sobre la marcha, adelantándoselo.
De igual modo,
si nos percatamos de que hemos olvidado algo a lo que nos habíamos
comprometido, lo mejor será llamarlo
o mandarle un mensaje, reconociendo y, en su caso, argumentando la omisión y cumpliendo lo acordado o dándole nueva fecha para hacerlo.
Obviamente, en todos los casos es imprescindible expresar
disculpas sinceras y sentidas
(no meramente formales); y de no ser capaces de sentirlas por nuestro interlocutor al que hemos fallado, sintámoslas por nosotros mismos, porque no sólo hemos perdido la
oportunidad de reforzar nuestra credibilidad,
sino porque, de no convencerlo de la voluntad y el interés que le hemos dedicado al compromiso fallido,
habremos conseguido mermarla.
A quienes entiendan que no es preciso y que vale con que hagamos mención a ello a “toro pasado”, les propongo que, por un momento, se pongan en la piel del interlocutor y aprecien la diferencia de los mensajes que están recibiendo, y de cómo se sentirían en cada una de las dos situaciones alternativas. Quizás el no hacer la llamada o mandar el mensaje no sea apreciado por algunos como una falta de consideración, pero seguro que de hacerlo estarás recibiendo el mensaje de “A pesar de mi incumplimiento, eres importante para mí” o “Puedes seguir confiando en mí cuando te digo algo”.
No obviar
los compromisos “por consideración debida”
De igual forma, si alguien nos escribe pidiéndonos o preguntándonos algo,
aun cuando no haya mediado más compromiso que el que se deriva de la educación y del respeto, estaremos
obligados (cuando menos, moralmente) a responderle
a la mayor brevedad posible, dándole la información solicitada o diciéndole que no la tenemos, que no es
nuestra responsabilidad, que en ese momento no podemos dedicar tiempo a ese tema y cuando
lo podríamos atender, o si, simplemente, no tendremos
oportunidad de hacerlo, pero, en cualquier caso, no debemos rehuir ni dilatar la respuesta.
Si alguien nos
ha hecho una llamada que no hemos podido atender, será bueno no dejarla en el olvido,
devolviéndola sin demora.
Hoy todos los teléfonos cuentan
con un registro de llamadas
perdidas que se puede consultar
sin ninguna dificultad. No cabe la táctica del despiste. Tampoco
cabe la excusa de que estamos muy ocupados; todos lo estamos.
Es verdad que
hay algunos que no le dan demasiada importancia, pero les aseguro
que hay otros muchos que se sienten
no considerados, mal tratados y ninguneados, si no reciben
respuesta alguna ni llamada devuelta.
En cualquier caso, bueno será no demandar aquello que no se está dispuesto a brindar. La Coherencia, como decíamos al principio, también es componente imprescindible en la receta de la credibilidad. Actuar de manera opuesta, o incluso meramente diferente a lo que predicamos destruye definitivamente nuestra credibilidad.
Si somos
honestos y actuamos de esta forma ganaremos, no sólo en respeto y credibilidad, sino también en rendimiento
y eficiencia. Hay una enseñanza judía que sentencia:
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