LAS TRIBUS DEL "NO HACER" | LORENZO RAMÍREZ | ASESOR RRHH | ALUMNI PADE

Frente a los “Seriamente Comprometidos” y a los “Estrictamente Cumplidores”, los “Vagos de Cuna”, “Ingeniosos Evasores” e “Histórico-Sobrados” conforman las atrayentes y peligrosas “Tribus del No-Hacer”.

Como es de todos conocido, en las antípodas de los que tiran del carro y ponen todo su empeño en colaborar con el equipo, viven los pasivos, defensores del “No hacer”, de la ley del mínimo esfuerzo. Y, entre ambos, los que se limitan a realizar única y exclusivamente las funciones asignadas a su puesto (no menos, pero tampoco más).

En función de su grado de interés, son, por tanto, esencialmente tres los grandes grupos de trabajadores: los “seriamente comprometidos”, los “estrictamente cumplidores”, y las diversas “Tribus del no hacer”; …y, obviamente, entre ellos, toda clase de mestizajes.

Los “Seriamente Comprometidos” son los que viven la empresa. Sudan la camiseta, participan, se implican, asumen iniciativas, se ilusionan con su trabajo y disfrutan haciéndolo.

Sería maravilloso que todos los miembros del equipo estuvieran encuadrados en esta categoría, aunque no todos alcanzasen los mismos niveles de compromiso.

Los “Estrictamente Cumplidores” asumen las obligaciones derivadas de su contrato, que procuran desempeñar correctamente. Su aportación suele ser positiva y voluntariosa, pero, probablemente, un tanto fría y distante. No suelen ser jugadores de equipo sino, más bien, una especie de honrados mercenarios que implican responsablemente sus manos y su cabeza, pero no tanto su corazón. Legalmente nada más se les puede exigir.

Aunque no es la ideal, son la mejor alternativa para ocupar los huecos que no se hayan logrado cubrir con la de “los seriamente comprometidos”.

Por último, y curiosamente encabezando el “Lado oscuro de La Fuerza”, nos encontramos a los faltos de energía, a los tradicionales “Vagos de cuna”, pasivos, remolones que nunca tienen prisa; son los que esperan que alguien se levante para que les acerquen lo que precisan -aun teniendo interés personal en ello- hasta el punto de soportar estoicamente su carencia con tal de no moverse.

Son “de cuna”, no necesariamente porque les venga esa tara de nacimiento, (de hecho, muchos hay con “vagancia sobrevenida”); son de cuna porque el esfuerzo no es lo suyo, “no les nace”,

Se les ve de lejos.

Algunos los encasillan en el pelotón de los torpes, pero, fuera de la rima, nada tiene que ver la “torpeza” con la “pereza”.

Aunque se puede hacer un esfuerzo para procurar despertarlos de su letargo, no será fácil lograr un resultado exitoso, porque la raíz de su pasividad no suele ser material, sino más bien filosófica.

Quizás podríamos intentarlo si la enfermedad está aún en uno de los estadios iniciales, pero si no se coge a tiempo, se hace crónica, se extiende y resulta imposible de erradicar.

Son una referencia y un ejemplo negativo para el resto, por lo que, de fracasar en nuestro posible intento, probablemente y dicho sea sin acritud, lo mejor que podríamos hacer con ellos es decirles adiós a la mayor brevedad.

En segundo lugar, nos encontramos con los “Ingeniosos evasores”, que piensan que el no empujar, el no hacer, el no aportar es de astutos, de habilidosos, de espabilados. Son creativos y, curiosamente, su dedicación y esfuerzo se concentra en encontrar camino para sortear sus responsabilidades laborales.

¡Lástima que dediquen su ingenio y sus energías a idear como eludir más que a cómo aportar!

Pero es que, además, tienden a lucir ante los demás estas “habilidades”, que se manifiestan como auténticos torpedos dirigidos a la línea de flotación de los valores de dedicación, esfuerzo, orgullo, responsabilidad, ilusión, trabajo en equipo, … de las empresas, por lo que resultan extremadamente tóxicos. Contra ellos no hay vacuna, medicamento o tratamiento rehabilitador posible. La única alternativa válida es incrementar la distancia a la mayor celeridad posible.

Por último, e igualmente dentro del lado oscuro de La Fuerza del No Hacer, está el clan de los “Histórico-Sobrados”, que algunos, erróneamente, encuadran en los “Vagos de Cuna”; y, lo cierto es que los ofendes seriamente al hacerlo, porque ellos sí que han trabajado, …pero en el pasado. Es más, suelen creer que la empresa ha llegado a su actual situación gracias a su habilidad y a sus esfuerzos.

No es, directamente, huir del trabajo en sí lo que persiguen, sino, más bien, pretenden el reconocimiento y la pleitesía de las personas de su entorno, por sus presuntos méritos históricos, de los que alardean. Y, es más, creen que dichos méritos son de tal calibre, que, en justicia, la etapa del esfuerzo y la atención a las tareas del día a día es una fase superada, y lo de mancharse las manos ya no les resulta exigible. Les toca ahora elegir las tareas, observar, ser consultados… Se han autoerigidos en “líderes, especialistas de guante blanco”.

Están convencidos de que son el núcleo del conocimiento. Piensan que, a estas alturas, nada tienen ya que demostrar y que saben todo lo que tienen que saber. Son alérgicos a los cambios, cuya aportación y conveniencia se esfuerzan en descalificar, porque son conscientes de que, con ellos, empiezan a perder importancia.

…y todo ello, con independencia de su edad, hasta el punto de que nos podemos encontrar con personas de este perfil que apenas superan los 35 ó 40 años.

¡Lastimoso!

¡Qué pronto deciden algunos empezar a ser eméritos!

Nuestros esfuerzos y logros del pasado se habrán ido compensado en cada momento, y, probablemente, habremos merecido reconocimientos, que quizás no se hayan recibido en su justa medida, pero que, en ningún caso, nos exime de seguir sumando en el presente.

La experiencia y el conocimiento son dos grandes cualidades que multiplican su valor si se transmiten con humildad, pero que lo dividen si se gestionan desde de soberbia.

Por supuesto, que aún conscientes de que con ellos perdamos una importante cuota de “know-how”, no podemos permitir que se mantengan levitando en la organización y accediendo a poner el pie en tierra en contadas y selectivas ocasiones; peligrosa filosofía ésta, que, además de reducir la eficiencia de manera directamente proporcional al número de “sobrados”, contamina y genera muy serios problemas en el clima laboral.

Es conocido el principio básico de la complementariedad de los integrantes de un equipo, que opera en el sentido de que las capacidades de unos en ciertos frentes cubren las debilidades de otros, pero, obviamente de modo paralelo, también implica que la ociosidad de algunos provoca, necesariamente, el sobreesfuerzo de los restantes.

Como decíamos, la gloria, el éxito y, consecuentemente, el daño que causan al equipo los “histórico-sobrados” se construyen sobre el reconocimiento de sus restantes miembros, a los que necesitan para que los aplaudan, los admiren y, de paso, hagan la parte de trabajo que a ellos le tocaría y que no les apetece. Por tanto, el propio equipo tiene en sus manos una de las llaves para minimizar su protagonismo.

Y…¡cómo cambiarían las tornas, si el equipo los ignorara y no respondiera a sus expectativas; y, aún más, si se manifestara expresamente en sentido contrario a ellas, desaprobando su manera de proceder!

Justamente, la mejor y más responsable aportación de los miembros de un equipo que se encontrara en esta coyuntura sería hacerles ver, a estos protagonistas, lo estupendo que sería que el equipo contase de manera operativa con la habilidad y la experiencia que ellos alegan -y que muy probablemente tengan-, pero que si, por la razón que fuera, optaran por seguir siendo tan selectivos, sin empujar en la misma dirección que el resto o con escaso ánimo o fuerza, no tendría sentido que se mantuviesen en el equipo y sería bueno para todos que fuesen buscando una alternativa fuera de la organización.

Gran equipo ése, cuyos miembros, tienen la personalidad y el aplomo suficiente para hacer este tipo de planteamientos de manera seria, serena y equilibrada.

Eso sí que es auténtico liderazgo, que merece el elogio, la alabanza y el aplauso, pero bien es verdad que no es fácil encontrar equipos de este nivel.

Las otras llaves las tiene la empresa, que de fracasar en su intento de hacerles ver que no es ésa la actitud que se espera de ellos, puede imbuirlos en procesos de cambio consiguiendo así que partan al mismo nivel de conocimiento y experiencia que el resto, subordinarlos a otros “Seriamente Comprometidos”, cambiarles de algún modo sus funcionalidades, reducir sus responsabilidades o, en último caso, proceder a despedirlos; todo ello, siendo especialmente cuidadosos con la observancia de los requerimientos legales, de modo que se minimice el riesgo de verse obligados a asumir un costo económico indeseable e incluso de tener que revertir las medidas adoptadas.

En cualquier caso, si hay algo claro es que sólo los que colaboran tienen cabida en la empresa; los restantes sobran, y antes o después, desaparecerán por absorción o por extracción.

El integrarnos en alguna de las tribus del “No Hacer”, por vagancia, picardía, soberbia, o cualquier otra causa, es un auténtico demérito que borrará la buena imagen que hayamos podido generar y, sin ninguna duda, nos abocará al fracaso en un futuro más o menos cercano; bien es sabido que las buenas sensaciones se desdibujan mucho antes que las malas.

Si, en algún momento, adviertes que, consciente o inconscientemente, has caído en las redes de alguna de esas TRIBUS DEL NO-HACER, quizás aún estés a tiempo: ¡Apresúrate, sal y sepárate lo más lejos que puedas!





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